Capítulo 2 de Simbiosis del tiempo. Del modelo geocéntrico al egocéntrico.

¿Creerías que la tierra es cuadrada?
En verdad el asunto de cómo entendemos el tiempo y cómo plasmamos esa percepción en un calendario, es como creer que la tierra es cuadrada o plana. Tenemos que tener muy presente que todavía hoy manejamos un calendario de una visión medieval, o sea una medición del tiempo, de gente que aseguraba que la tierra era plana, sostenida por tortugas gigantes. Mucha gente tuvo que huir de sus aldeas, morir en hogueras, o en salas de tortura sólo por intuir algo distinto. Esta idea del espacio plano, desvinculado de la redondez del sol, de la luna y cuanta estrella conocemos, como acabamos de ver, se traspasó a la percepción del tiempo lineal, la que aun hoy no ha sido reparada.



Debemos comprender que el descubrimiento de América provocó cambios progresivos en varias áreas de conocimiento, pero el calendario babilónico basado en doce meses jamás fue revisado, porque fue impuesto siempre desde el poder, como otro dogma de la vida. Pero el origen de algunas ideas que imponía la iglesia romana hay que buscarlas en Grecia.


Mientras el linaje matemático y filosófico de la escuela Pitagórica era perseguido, precisamente por su integridad sistémica, en la misma sabia Grecia iban ganando fortaleza otras ideas. Por ejemplo, el  modelo reinante de universo durante la Edad Media, la idea del geocentrismo, se le atribuye a Aristóteles porque, si bien no fue el primero en mencionarla fue uno de sus más importantes difusores. En realidad, se trata del modelo Ptolemaico, de Claudio Ptolomeo.
En el sistema Ptolemaico, cada planeta es movido por dos o más esferas: una esfera es su Deferente que se centra en la tierra, y la otra esfera es el Epiciclo que se encaja en el Deferente. El planeta se encaja en la esfera del Epiciclo. El deferente rota alrededor de la tierra mientras que el epiciclo rota dentro del Deferente, haciendo que el planeta se acerque y se aleje de la tierra en diversos puntos de su órbita, inclusive haciendo que disminuya su velocidad, se detenga, y se mueva en el sentido contrario (en movimiento retrógrado). Los epiciclos de Venus y de Mercurio están centrados siempre en una línea entre la Tierra y el Sol (Mercurio más cercano a la Tierra), lo que explica por qué siempre se encuentran cerca de él en el cielo. El orden de las esferas cristalinas Ptolemaicas a partir de la Tierra es:
  • Luna
  • Mercurio
  • Venus
  • Sol
  • Marte
  • Júpiter
  • Saturno
  • Estrellas fijas
El modelo geocéntrico entró en la astronomía y la filosofía griega, desde sus inicios, en la etapa Pre-Socrática, y por herencia, era el universo que también veían los romanos. En el siglo IV a. C., se propuso una cosmología en la que la tierra “fija” estaba como la sección más alta, por encima de todo. El Sol, la Luna y los planetas estaban  rotando en ruedas invisibles (epiciclos) que rodeaban la Tierra. Se especulaba que a través de agujeros, los seres humanos podrían ver el fuego encubierto. Al mismo tiempo, los pitagóricos mostraban que la Tierra era esférica pero no el centro del Universo; señalaban que la Tierra estaba en movimiento alrededor del fuego no visible, hoy podríamos decir que se referían al centro de la galaxia, como el concepto de Hunab Ku maya. Con el tiempo, estas versiones se combinaron y los griegos más educados del siglo IV a. C. pensaron que la Tierra era una esfera con el Universo girando alrededor. Es decir, un modelo Egocéntrico con sólo mover la G de lugar. Algo muy acorde para un hombre que buscaba el  dominio de la naturaleza.

Este modelo estuvo en vigor hasta el siglo XVI, a través de Nicolás Copérnico quien pudo describir la teoría Heliocéntrica, la base de la astronomía contemporánea. Pero en ese entonces, la Santa Inquisición se encargaba de limar las diferencias con la persecución de los cuestionadores, intuitivos y otros disidentes.


Copérnico, Galileo y Descartes. Nace el modelo científico materialista.
Perseguir la observación y a los observadores es cosa seria. Era tan peligroso describir lo que se veía que Copérnico demoró hasta 1543, el mismo año de su muerte, la publicación de su teoría Heliocéntrica. Así todo se encargó de publicarla como una mera hipótesis, como un comentario al paso, parece que temía que lo persiguieran por el resto de su vida.
Sin duda uno de los que peor la pasó fue Giordano Bruno, al punto de que no la pasó. Bruno se inició en altos estudios a la edad de 16 años, en 1565, ingresó a la Orden de los Dominicos, donde se dedicó a la filosofía aristotélica y a la teología de Santo Tomás de Aquino, el Tomismo. Más tarde expresó en escritos y conferencias sus ideas acerca de la pluralidad de los mundos y sistemas solares, el heliocentrismo, la infinitud del espacio y el universo y el movimiento de los átomos, lo cual le trajo una violenta persecución de la iglesia Católica y la Inquisición, hasta ser encarcelado en 1593 durante ocho años, acusado de blasfemia, herejía e inmoralidad, para finalmente ser condenado por herético, impenitente, pertinaz y obstinado, a la hoguera en la que murió el 17 de febrero de 1600, en Campo dei Fiori, Roma. Según Isaac Asimov, su muerte tuvo un “efecto disuasorio” en el avance de la investigación científica de la civilización occidental, especialmente en las naciones católicas, pero a pesar de esto, sus observaciones científicas e intuiciones continuaron influenciando a otros pensadores, y se lo considera uno de los precursores de la Revolución científica. (Algebra en medio oriente y números romanos)
Tampoco fue muy fácil para Galileo Galilei cuando vio lo que vio a través de sus telescopios. Porque Galileo era un hombre religioso pero curioso y no tenía en principio, otra intención que la de advertir a la iglesia de sus descubrimientos  de observación. La idea era ponerlos al tanto pero, con “Renacimiento” y todo, Galileo fue perseguido y juzgado por la Inquisición Romana en vez de ser oído y contemplado.

Galileo era un matemático bastante desanimado y en un aparente callejón sin salida en su vida, hasta toparse con un nuevo artefacto que hacía furor en la Venecia del siglo XVI. La  ciudad italiana tenía por esa época una esplendorosa industria de cristales, y a partir de la combinación de un par de cristales descubrieron que las imágenes se acercaban. Habían inventado el catalejo. Con el uso, Galileo[1] mejora el invento aumentando el alcance para observar el cielo, y reemplaza los cristales por espejos cóncavos. Esto le permitió ver las imágenes que captaba al derecho y no al revés, como ocurría con el uso de los cristales. Naturalmente, le hizo también evolucionar en sus observaciones: “la Biblia nos dice cómo llegar al cielo pero no qué hay en él.” dijo.

Y, era incómodo el hecho de que Júpiter tuviese lunas girando alrededor, porque daba qué pensar acerca del Geocentrismo. En diciembre de 1610, Galileo usó su telescopio para mostrar que Venus tiene fases, igual que la Luna, pero estas observaciones eran incompatibles con el modelo de Claudio Ptolomeo, quien había pintado el universo como a la Iglesia le gustaba.  

Llega el Método.
Eran tiempos largamente difíciles para los pensadores libres en busca de verdades, sobre todo si  eran diferentes de las que financiaba la iglesia. El que iba a convertirse en el padre de la filosofía moderna, René Descartes[1], se manejaba en el anonimato con sus primeros trabajos. A pesar de que había emigrado a los Países Bajos, donde se respiraba un aire de paz y mayor tolerancia que en Francia, Descartes solía mudarse seguido, y nunca era fácil encontrarlo porque mantenía en secreto su paradero.  El mundo o Tratado de la luz, uno de sus primeros trabajos, lo retiró de la imprenta al enterarse de la condena a Galileo por la Inquisición. Un filósofo vivo por lo menos puede pensar, un filósofo muerto no. Los trabajos se publicaron más tarde, bajo la insistencia de Leibniz, quien no estaba en los zapatos de su amigo. En 1637 publicó en Holanda, también anónimamente, el Discurso del método para dirigir bien la razón y hallar la verdad en las ciencias, que era sólo el prólogo de tres ensayos científicos: Dióptrica, La Geometría y Los meteoros. Pero fue con ese discurso que sienta las bases de la investigación científica moderna.
La obra fue escrita en francés, algo muy poco común para el momento, ya que las obras de ciencias eran escritas y publicadas en latín. La decisión del idioma abre el libro a las grandes mayorías populares que no podían acceder a ideas de vanguardia porque no entendían latín, que era el idioma oficial del Vaticano. Esta es una de las claves de por qué la resonancia del Método produjo un quiebre en el pensamiento y  la investigación en las ciencias de la época. Fue la primera obra de ciencia y pensamiento crítico de alcance popular directo.

Desde la más profunda negación religiosa de la realidad física nace la necesidad de conocerlo todo a través de la materia. Después de siglos donde la ciencia y la filosofía pasaban por el filtro inclemente de las creencias de la Iglesia Católica y el brazo ejecutor de la Santa Inquisición, aparece una obra completamente subversiva de ese orden, proponiendo un método científico para llegar nada menos que a la verdad, en un idioma accesible a una masa pobre que buscaba progreso. Las semillas de la revolución científica y de la clase burguesa que llegaría más tarde a la revolución francesa estaban ahora sembradas.

Influidos por los grandes descubrimientos de observación astronómica que se sucedían uno tras otro como palazos a la estructura eclesiástica, y por el Método cartesiano, muchos de los científicos y pensadores se vuelcan a creer sólo en lo que pueden ver y comprobar a través de los sentidos, y hasta donde la misma razón les puede correr el velo. Se pasa por un efecto pendular de un estado de censura y oscuridad, de fe y dogma, hacia una búsqueda de la verdad y el origen de la vida a través de la pura observación física y la lógica de deducción, un sistema que también engendró sus propios dogmas. El enfrentamiento entre estos dos sistemas de creencias es total. Este hecho histórico es reconocido como el inicio del materialismo científico, o sea el inicio del dogma científico de esta civilización industrial global.

A partir de ese momento histórico Occidente busca el origen de la vida en la materia, que para Descartes es el engranaje básico de un universo mecánico. En ese tiempo se creía que sólo bastaría con desmenuzar el mundo en pequeñas partes para entender el mecanismo completo. El asunto era observarlo todo, y descomponerlo en tantas partes como se pudiera, partiendo de la premisa de que se puede conocer el todo a partir de cada parte por separado. Pero había numerosos fenómenos químicos desconocidos que no podían explicarse por la visión mecanicista.

Como lo explica el Dr. Fritjof Capra en su libro La trama de la vida:
“René Descartes  creó el método de pensamiento analítico, consistente en desmenuzar los fenómenos complejos en partes para comprender, desde las propiedades de éstas, el funcionamiento del todo. Descartes basó su visión de la naturaleza en la fundamental división entre dos reinos independientes y separados: el de la mente y el de la materia. El universo material, incluyendo los organismos vivos, era para Descartes, una máquina que podía ser enteramente comprendida analizándola en términos de sus partes más pequeñas.
El marco conceptual creado por Galileo y Descartes –el mundo como una máquina perfecta gobernada por leyes matemáticas exactas- fue triunfalmente completado por Isaac Newton, cuya gran síntesis –la mecánica newtoniana- constituyó el logro culminante de la ciencia del siglo XVII.”

Era un pensamiento muy común de la época, y Descartes lo avalaba, que los animales eran máquinas complejas que hasta incluían procesos químicos como parte de la existencia mecánica. Si apaleaban un animal por ejemplo, y daba alaridos de dolor, para la gente incluso más erudita, no se trataba más que de reacciones automáticas,  chirridos de una máquina. Es que la separación entre materia y espíritu era absoluta. Para Descartes existía un creador, y un mundo espiritual, pero no podía verse en la materia. El espíritu inmaterial, para Descartes deviene en una materia sin espíritu.

Esta dicotomía de la ciencia materialista produce que, cuando diseccionan un ratón para entender la vida, eso que intentan explicar ya no está ahí. La vida es algo más que ése conjunto de órganos en sincro. Hoy sabemos que el todo es mucho más que la suma directa de las partes visibles.

La clave del método de Descartes fue la duda radical. Él dudó de todo, de la descripción eclesiástica del universo, del conocimiento ancestral que veía una naturaleza viva, una Tierra como madre nutriente, de lo que le traen sus sentidos y hasta del hecho de que tiene un cuerpo, pero existe una cosa de la que no pudo dudar, y fue la existencia de sí mismo como pensador. Así llega a su famosa frase “Cogito ergo sum”. “Pienso, luego existo”. De lo único que no duda es que está pensando.
Descartes deduce que la esencia de la naturaleza humana está en el pensamiento, y que todas las cosas que concebimos claramente son verdades. “la concepción de la mente pura y atenta” la llama “intuición”, y afirma que “no hay camino al conocimiento cierto de la verdad abierto al hombre, excepto, la intuición evidente y la deducción necesaria”.

El conocimiento real, entonces, se logra a través de la intuición y la deducción, éstas son las dos herramientas que Descartes usa en su intento de reconstruir el conocimiento separadamente de la visión católica de la vida y el universo.

El método de Descartes es analítico. Es probablemente la mayor contribución de Descartes a la ciencia. Se ha convertido en característica fundacional del pensamiento científico moderno y ha resultado extremadamente útil en el desarrollo de teorías científicas y en la realización de proyectos tecnológicos altamente complejos. Fue realmente el método de Descartes lo que hizo posible que la NASA pusiera al hombre en la Luna, dice el Dr. Capra.

Pero por otra parte, debemos tener muy en cuenta que la exacerbación  del método cartesiano ha conducido a la fragmentación, que es descriptiva de nuestra forma occidental de pensar y es responsable de la especialización académica y del reduccionismo de la ciencia impulsada por Occidente. Es decir, la creencia de que todos los fenómenos complejos pueden entenderse reduciéndolos a sus partes constitutivas. Teniendo al mismo tiempo, una enorme dificultad para integrar la sabiduría de áreas distintas de conocimiento. Aprendimos a desarmar pero no podemos armar el conjunto después.

La división cartesiana entre mente y materia tuvo un impacto muy profundo en el pensamiento occidental, le dio su molde. Nos ha enseñado a ser conscientes de nosotros mismos como egos aislados del entorno, lo que es una mera apariencia. Tenemos una tendencia inconciente a separar, a disgregar para comprender, en vez de integrar para ver el sistema completo, The Whole Picture, como dicen los ingleses. Por ejemplo, ha impedido que los doctores consideren con seriedad el origen psicológico de la enfermedad, y que ignoren a la hora de un diagnóstico las demás dimensiones de nuestra existencia, considerándolas parte de una visión mágica y primitiva. Mientras, las medicinas tradicionales de la humanidad sostienen que el cuerpo físico suele ser sólo el escenario donde se manifiestan síntomas. O sea que el origen de la enfermedad hay que buscarlo en algún sufrimiento o desorden de nuestros cuerpos emocional o mental.
En las ciencias de la biología la división cartesiana ha llevado a una confusión sin fin sobre la relación entre mente (no local) y cerebro (local), y en física ha hecho tremendamente difícil, a los padres de la teoría cuántica, poder interpretar sus propias observaciones de los fenómenos atómicos, porque desafían la realidad cartesiana. De hecho Heisenberg, quien batalló con el problema por muchos años, dijo:

Esta partición ha penetrado profundamente en la mente humana durante los tres siglos posteriores a Descartes y tomará largo tiempo para reemplazarla por una actitud realmente diferente frente al problema de la realidad.

Descartes que dudaba de todo olvidó dudar de la relativa claridad de la razón,  y de su poder de deducción. Porque a fin de cuentas, todo depende de quién mire y en qué sistema de creencias esté anclada su conciencia. Es decir, no podemos separar lo observado del observador. Y en todo caso, ¿Quién es ése observador? ¿Qué es esa cosa pensante?

El drástico cambio del retrato de la naturaleza de un organismo a una máquina que trajo Descartes, tuvo un fuerte efecto en la actitud de la gente hacia el entorno natural. La visión orgánica del mundo ancestral  había implicado un sistema de valores conducentes a un comportamiento ecológico, dicho en términos modernos.



En palabras de Carolyn Merchant:
La imagen de la tierra como un organismo vivo, madre nutriente, sirvió como un freno cultural que restringió las acciones de los seres humanos. Uno no está dispuesto a matar a la madre, ni a cavar en sus entrañas en busca de oro, o mutilar su cuerpo... Mientras la tierra se considerara viva y sensible se consideraría una falla del comportamiento ético humano realizar actos destructivos contra ella. Estos frenos culturales desaparecieron con la mecanización de la ciencia. La visión cartesiana del universo como sistema mecánico proveyó un permiso “científico” para la manipulación y explotación de la naturaleza, que se ha hecho típica de la cultura occidental. De hecho, el mismo Descartes compartió la visión de Bacon de que el propósito de la ciencia era el dominio y control de la naturaleza, afirmando que el conocimiento científico podría usarse para “convertirnos en dueños y poseedores de la naturaleza. (extracto de El punto crucial- F. Capra)

Aunque hubo yacimientos mineros en todo el mundo ancestral como vimos anteriormente, lo cierto es que eran insignificantes en comparación con el impacto de la explotación mineral del planeta que vino con el desarrollo de la ciencia de los materiales y la revolución industrial. Este avance también tiene una relación directa con la historia de expansión de la frecuencia divergente de tiempo por el mundo.


El Movimiento Romántico. Románticos & Combativos.
Cada progreso que hizo la ciencia y la razón cartesianas en el comprendimiento de la metáfora de la máquina era ingresado al universo mecanicista. Sin embargo, existió siempre una visión paralela que nunca asumió la idea de un mundo Mecano, aunque pudieran existir leyes matemáticas gobernantes de todo tipo de procesos. El primer movimiento de reacción al Mecanicismo fue el Romántico. Como casi siempre, la primera reacción a la razón es la emoción. Por eso, en su inicio el movimiento era esencialmente artístico. La literatura, las artes plásticas y la filosofía Románticas tenían algo que decir sobre el paradigma cartesiano a finales del siglo XVII y XIX. Así es como William Blake, pintor y escritor de gran influencia del romanticismo inglés, resumió poéticamente su crítica al mecanicismo:

“May God us keep
 from single vision
and Newton´s sleep.”

“Líbrenos Dios de la visión simplista y del sueño de Newton”
Personalmente, me gusta traducir ese “sueño” como espejismo.


Goethe y Kant. Un dúo dinámico.
El crecimiento de la metáfora de la máquina también era el combustible de objeción del movimiento Romántico alemán, donde muchos de los filósofos y poetas  no se  habían separado nunca de la tradición aristotélica, la base de la visión orgánica de la vida.  Una de las mentes más brillantes, Goethe, introdujo el término morfología para describir la biología como un proceso continuo. Él veía un orden natural en movimiento y la forma era esencialmente un patrón de relaciones dentro de un Todo organizado. Este concepto aun es la médula, como veremos, del pensamiento sistémico contemporáneo.

A su vez, Emanuel Kant, considerado el más grande de los filósofos modernos, se convertiría en el primero en utilizar el término Autoorganización para definir la naturaleza de los organismos vivos. En su ensayo “Crítica a la razón” discutió la naturaleza de los organismos. Decía que a diferencia de las máquinas, los organismos son autorreproductores y autoorganizadores. Con esto quiere decir que en una máquina, las partes sólo existen unas para las otras, en el sentido de corresponderse mutuamente dentro de un todo funcional, pero en un organismo, las partes existen además por medio de las otras, o sea que se producen entre sí.

Kant decía:
“Debemos ver cada parte como un órgano, de modo que cada una produce recíprocamente las otras. Debido a esto, el organismo será un ser organizado y autoorganizador.”  

Kant trata de decirnos por qué podemos imaginarnos una tuerca suelta, separada de la máquina a la que sirve, pero no podemos hacer lo mismo con una ceja del rostro humano. Ó  ¿Podemos separarla y verla como un objeto independiente? Claramente el órgano de la ceja cumple una función, y varias, pero no puede ser analizada, ni siquiera contemplada independientemente de su músculo, o del ojo que tiene debajo, ni de los rasgos generales del rostro. Ese rostro del que es parte de hecho, es el que organiza su forma que, a su vez, es proporcional a las formas de la cabeza y el cuerpo.

Esta visión romántica de la naturaleza como un gran todo armonioso e inseparable del que hablaban Goethe y Kant, condujo a algunos científicos de la época a extender esa totalidad al planeta mismo, percibiendo a la Tierra como un Todo integrado y esencialmente como un organismo, o sea un ser vivo. Una  visión que está fuertemente hermanada con la visión ancestral y pre-oscurantista. Las imágenes de la Madre Tierra se encuentran en la tradición religiosa más antigua de toda la humanidad, es una percepción que corresponde a un estado de la conciencia determinado por José Argüelles PhD.  como Continuidad Aboriginal (CA).



La visión orgánica ancestral.
Gaia, la diosa tierra, fue reverenciada como deidad suprema en la Grecia Prehelénica. La idea de la Tierra como un ser vivo y espiritual fue una constante durante la Edad Media y en el Renacimiento pero duramente perseguida como una idea primitiva. O sea que en lo único en que coincidían la Iglesia y la incipiente ciencia materialista era en que la tierra era algo inerte, el escenario físico para que el hombre hiciera su reino. Este acuerdo tácito es el origen de la tragedia ambiental global contemporánea. El surgimiento de la visión cartesiana en oposición a todo lo preexistente, instalando la idea del mundo máquina, la pone en el olvido de las mentes más importantes de la nueva clase de científicos cartesianos pero se retoma inevitablemente a partir de la resistencia a la máquina y el surgimiento de los primeros conceptos científicos orgánicos. La idea de la Tierra viva jamás sería olvidada y va a ser alimentada por la revelación de mayor conocimiento que traen las nuevas generaciones de científicos mientras, paralelamente, avanzaba el mito reduccionista de la máquina cartesiana.

El naturalista alemán  Alexander von Humbolt, uno de los más brillantes pensadores unificadores de los siglos XVIII y XIX, llevó esta idea aún más lejos: identificó al clima como una fuerza global unificadora y una co-evolución de organismos vivos, clima y corteza terrestre, es decir, casi la teoría Gaia moderna. El geólogo escocés James Hutton mantuvo que los procesos geológicos y biológicos están vinculados, y comparaba el sistema de aguas de la tierra con el sistema circulatorio de un animal.

El microscopio aumenta la visión reduccionista.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, la influencia del movimiento romántico es tan fuerte que  la forma biológica “la morfología” constituía el principal objetivo de los biólogos, mientras que los aspectos relativos a  la composición material quedaban en un plano secundario. Pero la composición de la materia pasó bruscamente al primer plano cuando, a mitad del siglo XIX, se perfecciona el microscopio haciendo posible la observación de la célula.

Ahora los científicos podían ver “engranajes” más pequeños, un mundo nuevo. Cuando Rudolph Virchow formuló la teoría celular moderna, desplazó la atención de los biólogos de los organismos directamente al microscopio para ver microorganismos, células. Seguramente, al principio había pocos microscopios, y los científicos se agolpaban para ver. Las funciones biológicas, más que reflejar la organización del organismo como un todo, se veían ahora como los resultados de las interacciones entre componentes “básicos” celulares.  

Este nuevo mundo microscópico abre al desarrollo de la microbiología que fue dominada por la visión y la intuición de Louis Pasteur quien generó un impacto muy perdurable en una nueva medicina, química y biología. Pudo demostrar la íntima relación entre la enfermedad y los gérmenes, pero el error fue pensar que las bacterias son la única causa de la enfermedad.

Esta visión reduccionista ignoraba la teoría de Claude Bernard, fundador de la medicina experimental, quien hablaba de la íntima relación que hay entre un organismo y su entorno. Bernard  fue el primero en señalar que un organismo tiene un entorno interior, donde viven sus órganos y sus tejidos. Este entorno interior, explica, es lo que permite a un organismo sano mantenerse constante incluso, en un entorno exterior que fluctúa en sus condiciones. Es la condición que permite a un individuo no enfermarse durante una epidemia si conserva alguna clase de equilibrio interior. De hecho, sabemos que el estado psíquico de una persona, su estado espiritual, es lo que le permite conservar su sistema inmunológico fuerte. La  visión de Bernard es el embrión de la fundamental Homeostasis, desarrollada por Walter Cannon en los años veinte del siglo pasado.


La Gaia en teoría.
Mucho más recientemente, la visión de un planeta vivo ha sido formulada en un lenguaje científico moderno en la llamada Hipótesis Gaia y no es más que una continuidad de las visiones desarrolladas por los científicos del siglo XVIII. La bióloga Lynn Margulis, famosa por el trabajo sobre Endosimbiosis y colaboradora de la teoría Gaia junto a James Lovelock, afirma que la simbiosis es el principal resultado forzado por la evolución. Ella considera que las ideas de Darwin sobre evolución, basadas en la competencia están incompletas, y está convencida de que la evolución está fuertemente basada en la cooperación, interacción, y dependencia mutua entre organismos. Según Lynn Margulis y su esposo, el astrónomo Carl Sagan, “La vida no se hizo en el planeta por combatir, sino por trabajar unidos. Seguramente tenían un buen matrimonio.

La hipótesis Gaia esencialmente propone que es la misma vida la que formula condiciones para perpetuarse. Aquí se contempla la vida de un modo sistémico, uniendo geología, microbiología, química atmosférica y otras disciplinas cuyos especialistas no estaban acostumbrados a comunicarse entre sí y relacionar sus investigaciones para entender el modo en el que todo el sistema de vida trabaja.

J. Lovelock, Margulis y otros investigadores, descubrieron que la presencia de bacterias en el suelo incrementa ampliamente la erosión. Precisamente, las bacterias del suelo actúan como catalizadores del proceso de erosión de las rocas, y esto es apenas un paso en un ciclo entero que vincula volcanes, erosión de rocas, bacterias del suelo, algas oceánicas, sedimentos de caliza y nuevamente volcanes. Se trata de un gigantesco bucle de retroalimentación que contribuye a la regulación de la temperatura de la tierra. Pero la tierra es además parte de un sistema mayor. Cuando el sol aumenta su temperatura, la acción de las bacterias se estimula, y el proceso de erosión de las rocas se incrementa, lo que aumenta la absorción de CO2 de la atmósfera y el consecuente enfriamiento del planeta. En realidad, todas las constantes planetarias son reguladas y protegidas por ciclos que involucran elementos diversos de la naturaleza. Esto se contradice con la visión clásica de que las plantas y los animales son meros pasajeros, utilería de un escenario que por pura casualidad, o victoria en la competencia evolutiva, se encontraron con las condiciones adecuadas para su evolución.


En palabras de Lynn Margulis:
Dicho simplemente, la hipótesis dice que la superficie de la tierra, que siempre hemos considerado como el entorno de la vida, en realidad, es parte de ésta. El manto de aire, la tropósfera -debe ser considerado como un sistema circulatorio- producido y mantenido por la vida; cuando los científicos nos dicen que la vida se adapta esencialmente a un entorno pasivo de química, física y rocas, están sosteniendo una visión seriamente distorsionada. En realidad, la vida hace, conforma y cambia el entorno al que se adapta. Y esto es recíproco desde el entorno. Hay interacciones cíclicas constantes.

De todas las teorías y modelos de autoorganización -comenta Fritjof Capra- la teoría de Gaia fue la que mayor oposición encontró durante su primera etapa exposición por parte del dogma científico moderno. Y se pregunta Capra, si esto puede tener origen en la negación de la evolución del poderoso arquetipo mítico. La imagen de Gaia como ser vivo y sobre todo sintiente, fue el principal argumento descalificador del establishment, catalogando a la hipótesis como teológica. La idea de que los procesos naturales pudieran tener un propósito sutil vinculado a la evolución de un ser vivo les crispaba los pelos. El dogma científico conservador se siente mucho más tranquilo si la tierra es vista como una masa inerte, un escenario físico que por obra de la casualidad cósmica, alberga vida. Eso sí que es creer en milagros.  

Aparición del pensamiento sistémico.
Según el doctor Capra, las ideas propuestas por los biólogos organicistas durante la primera mitad del siglo XX contribuyeron a una nueva forma de pensar, en términos de conectividad, relaciones y contexto. Según la visión sistémica las propiedades esenciales de un organismo o sistema viviente, son propiedades del todo que ninguna de las partes por separado posee. Simplemente emergen de las interacciones y relaciones entre las partes. Estas propiedades son destruidas cuando el sistema es diseccionado, física o teóricamente, en elementos aislados para ser analizado. Es que, si bien podemos diferenciar partes individuales (órganos) dentro de un mismo sistema, estas partes no están aisladas y la naturaleza del conjunto es siempre distinta de la mera suma de sus partes. Aquí las relaciones entre las partes son mucho más reveladoras que cada elemento descrito aisladamente.

La aparición del pensamiento sistémico provocó una profunda revolución en la historia del pensamiento científico occidental. La creencia de que en cada sistema complejo el comportamiento del todo puede entenderse completamente desde las propiedades de sus partes, es la esencia misma del paradigma cartesiano, y eso mismo era lo que se ponía en duda. Esta premisa básica es el producto del célebre método analítico proporcionado por Descartes, que se constituyó en la base para la investigación de la ciencia occidental. En el planteamiento analítico o reduccionista, las partes mismas no pueden ser analizadas más allá, a no ser que sean reducidas a partes más pequeñas. Realmente, esa es la forma en que ha ido avanzando la ciencia moderna, topándose con nuevos niveles de componentes que “no deben” o no pueden ser analizados como elementos constitutivos separados. De hecho, existen componentes de esta realidad que se escapan al ultramicroscopio más poderoso, y seguirán escapándose. Es más, ¿Cómo se verá un pensamiento bajo microscopio? ¿Se puede ver? Se sospecha que apenas el diez por ciento de este universo es material.

El gran shock para la ciencia del siglo XX ha sido la constatación de que los sistemas no pueden ser comprendidos por medio del análisis. Las propiedades de las partes no son propiedades intrínsecas, sino que sólo pueden ser comprendidas en el contexto de un conjunto mayor y el tipo de relaciones que tienen entre ellas. En consecuencia, la relación entre las partes y el todo ha quedado definitivamente invertida.

Dice Capra:
En el planteo sistémico las propiedades de las  partes sólo se pueden comprender desde la organización del conjunto, por lo tanto, el pensamiento sistémico no se concentra en componentes básicos, sino en los “principios esenciales de organización.” Este pensamiento o inteligencia es contextual, en contrapunto con el analítico. Analizar significa aislar algo para comprenderlo. Pero para la mirada sistémica esto no tiene sentido, ya que se analiza en el contexto de un Todo abarcador.



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